El confinamiento que la gran
mayoría de los países han decretado para combatir la pandemia del coronavirus
han ralentizado enormemente la actividad económica, lo que se ha traducido en
una disminución muy importante de las emisiones de CO2 y de consumo
de petróleo.
En el artículo “Temporary
reduction in daily global CO2 emissions during the COVID-19 forced
confinement” encontramos una estimación de las reducciones diarias de las
emisiones de CO2 durante este período de confinamiento. Esta reducción se
estima en un 17 % (entre 11 y 25 % para ±1 s),
como se puede ver en la figura.
a, Emisiones diarias medias
anuales en el período 1970–2019 (línea negra), actualizado del Global Carbon
Project, con una incertidumbre de ± 5% (± 1σ; sombreado gris). La línea roja
muestra las emisiones diarias hasta finales de abril de 2020 estimadas.
b, Emisiones diarias de CO2
en 2020 (línea roja, como en a) y la incertidumbre (sombreado rojo). Las
emisiones diarias en 2020 se suavizan con un filtro de 7 días para dar cuenta
de la transición entre los niveles de confinamiento.
La reducción del consumo de
petróleo ha llevado a los precios del petróleo Brent a niveles muy bajos: 18,4
dólares por barril en el mes de abril (con un mínimo de 9,1 el día 21), y 28,4
en el mes de mayo. En estos momentos el precio es de unos 40 dólares por
barril. El precio del mes de abril ha sido el más bajo de los últimos 20 años,
desde junio de 1999.
Según un reciente estudio,
"Large contribution from anthropogenic warming to an Emerging North
American megadrought", la sequía del suroeste de América del Norte que ha
durado desde el 2000 hasta el 2018 es una de las más severas de la región
durante los últimos 1.200 años. Las reconstrucciones del clima de los últimos
siglos basadas en los anillos de los árboles revelan que sólo hubo un período
más seco que durara más de 19 años: una poderosa "megasequía" a
finales del siglo XVI.
Según explican los
investigadores, la reciente sequía se agravó un 47% por el cambio climático que
estamos provocando con nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.
Los anillos de los árboles
son bandas de crecimiento anuales de anchura variable. Esta anchura depende del
agua disponible. Utilizando registros de anillos de árboles procedentes de
1.586 sitios del oeste de Estados Unidos y del noroeste de México, que
representan miles de árboles, el hidroclimatólogo Park Williams de la
Universidad de Columbia y sus colaboradores crearon una historia climática para
la región que se remonta al año 800. Entre los años 850 y 1600, intensas
"megasequías", algunas de las cuales duraron algunas décadas,
asolaron la región.
Hubo una sequía especialmente
devastadora que duró aproximadamente entre 1575 y 1593, que la encontramos
citada en registros históricos y que también se ha encontrado estudiando los
anillos de los árboles. Fue un evento realmente impresionante, y una especie de
último estallido de la época de las "megasequías". La sequía podría
haber contribuido al abandono de los "pueblos" de Nuevo México y en
la devastadora propagación de enfermedades importadas por los conquistadores
españoles entre los nativos americanos.
Uno de los mayores factores
que controlan la precipitación en el suroeste de Norteamérica es la Oscilación
del Niño, un ciclo natural en el que los cambios en las temperaturas tropicales
del océano Pacífico pueden alterar los patrones meteorológicos regionales.
Durante los episodios de "La Niña" de este patrón, las temperaturas
más frías de las aguas del Pacífico crean situaciones atmosféricas que impiden
que las tormentas del Pacífico lleguen al suroeste de Norteamérica, reduciendo
las precipitaciones. La "megasequía" del siglo XVI, por ejemplo,
coincidió con un potente evento de La Niña.
En las últimas dos décadas,
hemos tenido más años similares a La Niña que años semejantes a El Niño.
Pero la Niña sola no ha sido
responsable de la intensidad de la reciente sequía, según el artículo citado.
Los científicos examinaron 31 simulaciones climáticas y se separaron las
tendencias comunes de temperatura y precipitación relacionadas con el cambio
climático causado por el hombre, dejando sólo una variabilidad natural. El
resultado de estas simulaciones es que la sequía del 2000 el 2018 habría sido
un 47% menos grave sin el cambio climático actual.
Estas conclusiones se suman a
una evidencia de que la subida de las temperaturas globales en las últimas
décadas ha agravado el impacto de una precipitación reducida debida a los
eventos de La Niña: el secado de los suelos y la reducción de la cantidad de
nieve y del caudal de los ríos debido al aumento global de las temperaturas no
tienen nada que ver con los eventos el Niño-la Niña, pero contribuyen a agravar
sus impactos.
Un 2019 muy húmedo ha
ofrecido un breve respiro en la región, al igual que las "megasequías"
del pasado también tenían algún año más húmedo en medio. Las condiciones secas parecen
haber vuelto en 2020 y las simulaciones climáticas de las próximas décadas
prevén tanto el aumento de la temperatura como la reducción de las
precipitaciones en esta parte del mundo.
El hecho principal es que el
Suroeste americano está inmerso en una grave sequía, no sólo la peor de los
últimos 50 años, sino de una importancia temporal de tipo milenio.
La variabilidad natural, como por ejemplo un año de El Niño, que podría aportar más lluvia en la región, podría ayudar a
aliviar la sequía durante los próximos años, pero a medida que pasa el tiempo,
será cada vez más difícil que este tipo de sequías acabe y cada vez más fácil
volver a entrar en ellas.
Y esto no es exclusivo del
Suroeste de los Estados Unidos. Nos tendremos que ir preparando para afrontar
unas condiciones climáticas cada vez más extremas, ya que no queremos, o no
podemos, detener las emisiones de gases de efecto invernadero.