viernes, 5 de noviembre de 2010

El clima de finales del siglo XVI. La Armada Invencible y otros desastres


En toda Europa, los últimos 40 años del siglo XVI fueron más fríos y tormentosos que lo que era normal; en ese período, los viñedos las cosechas fueron tardías y los vientos mucho más fuertes que durante el siglo XII. El cambio climático se convirtió en un factor de peso en la variación del precio de los alimentos. Entre 1580 y 1600, la producción de vino decayó en Suiza, Ia baja Hungría y parte de Austria. Los vinos austriacos tenían un contenido de azúcar tan bajo y eran tan caros que gran parte de la población se volcó al consumo de cerveza. Los ingresos de la economía de los Habsburgo se vieron afectados por ese motivo. La práctica de matar ratones y topos por dine ro fue mucho menos frecuente después de 1560, recuperándose en el siglo XVII. El reverendo Daniel Schaller, pastor de Stendal, en los Alpes prusianos, escribe: "La luz del sol no es plena ni son estables el invierno o el verano; los productos de la tierra no maduran ni son tan saludables como en las viejas épocas. La productividad de todas las criaturas y del mundo en su conjunto está en pleno retroceso; los campos se han cansado dar frutos y se han empobrecido; como consecuencia, suben los precios y hay más hambre, algo que se refleja en las quejas y los lamentos de los granjeros de distintas villas y aldeas”.

Con el deterioro del clima, una combinación letal de desgracias cayó sobre gran parte de la población europea. Se arruinaron cosechas y murieron cabezas de ganado debido a la incidencia de enfermedades asociadas con las anomalías climáticas. Años consecutivos de hambre eran portadores de epidemias, y las protestas y el desorden social generaban temor y desconfianza. Se multiplicaron las acusaciones de brujería, porque la gente creía que había responsables por el mal tiempo a quienes había que castigar. La ortodoxia luterana declaró que el frío y la nevada que afectaron a Leipzig en 1562 eran una muestra de la ira de Dios ante el pecado de los hombres. En un primer momento, los clérigos levantaron la bandera contra las acusaciones de brujería, pero cuando los cambios climáticos afectaron a las cosechas, el alimento empezó a escasear y los animales enfermaron, sus convicciones se desmoronaron. Acusadas de brujería., 53 mujeres fueron condenadas a morir en la hoguera en la pequeña ciudad alemana de Wisensteig en 1563, en una época en que se debatía acaloradamente respecto a la autoridad de Dios sobre el clima..El pánico a las brujas tuvo sus brotes periódicos después de la década de 1560. Entre 1580 y 1620, sólo en Berna más de 1.000 personas fueron quemadas en la hoguera por brujería. En Inglaterra y Francia, las acusaciones contra supuestas brujas alcanzaron su número máximo en 1587 y 1588, dos años en los cuales el clima fue sumamente desfavorable. Casi siempre, esas persecuciones coincidían con los años más fríos de la Pequeña Edad de Hielo, cuando la gente exigía la erradicación de la brujería que, según se creía, era la responsable de las desgracias derivadas del mal tiempo. Cuando los científicos comenzaron a buscar explicaciones en la naturaleza, el tema de la brujería perdió terreno. Sólo Dios o la naturaleza eran responsables del clima, y Dios influía sobre éste como una forma de manifestar su ira contra los pecados del hombre. Hoy, nuestros pecados ecológicos han tomado el relevo a nuestras transgresiones espirituales en lo que atañe a las causas del cambio climático.

En la segunda mitad del siglo XVI, las tormentas se incrementaron en un 85 %, en especial durante los inviernos más fríos. La incidencia de fuertes tormentas aumentó hasta un 400 %. Del 11 al 22 de noviembre de 1570, un vendaval tremendo se fue trasladando lentamente de sudoeste a noreste por el mar del Norte a una velocidad de cerca de 5 nudos. La tormenta, que quedó grabada en la memoria de los pobladores durante muchísimos años como la "inundación de Todos los Santos”, coincidió con las mareas altas de luna llena. Mientras la tempestad iba hacia el noreste, las costas bajas se vieron desbordadas por el agua. El paso de un frente determinó que la dirección del viento cambiara al noroeste. Se generaron olas inmensas que derribaron diques y otras defensas costeras. En la isla de Walcheren, en los Países Bajos, los diques cedieron entre las 4 y las 5 de la tarde del21 de noviembre, cuando ya estaba anocheciendo. Por la noche gran parte de la ciudad de Rotterdam estaba bajo el agua. El mar tomó por asalto las ciudades de Ámsterdam y Dordrecht, entre otras, y al menos murieron 100.000 personas. En la zona de la desembocadura del río Ems, el mar subió cuatro metros y medio sobre el nivel normal.

Para desgracia de la Armada Invencible, el clima tormentoso continuó hasta la década de 1580. En agosto de 1588, la armada española debió soportar un “viento muy fuerte del sudoeste” en la costa oriental de Escocia: "Pasamos por borrascas, lluvia y niebla; las condiciones eran tan duras que resultaba imposible distinguir una nave de otra”. Ese mismo día, sir Francis Drake informó de una “tormenta muy fuerte para esta época del año” en la zona sur del mar del Norte. Un mes después, una importante depresión ciclónica avanzó al noreste desde la región de las Azores, quizás originada por un huracán tropical situado al otro lado del Atlántico. Los barcos que guiaban a la armada española en retirada se encontraron con la tormenta el 18 de setiembre en la bahía de Vizcaya. Tres días más tarde, el vendaval del oeste sopló con furia en el océano Atlántico, a la altura de Irlanda, donde los buques rezagados de la gran flota se encontraban cerca de la costa. "Se levantó una tormenta tan feroz y el mar estaba tan embravecido que no podíamos sostener las cuerdas y no nos servían las velas, así que fuimos empujados hacia la costa. En total, tres barcos fueron a parar a la playa, donde quedaron cubiertos de arena y atrapados entre las rocas”. La armada perdió más barcos en ese episodio de mal tiempo que en cualquier enfrentamiento con los ingleses.



Las bajas presiones que afectaron a la Armada Invencible

Los registros de las condiciones climáticas anotados en los cuadernos de bitácora de los capitanes españoles han sido analizados rigurosamente. Según estimaciones actuales, el máximo empuje alcanzado por el viento fue entre 40 y 60 nudos, es decir, una velocidad similar a la de un huracán.

La velocidad máxima de las corrientes de aire en días ventosos entre julio y septiembre de 1588 fue varias veces mayor que la máxima registrada en los mismos meses entre 1961 y 1970 y, probablemente, que la de un período mucho más amplio del siglo XX. La intensidad y la frecuencia inusual de los vientos y las tormentas coincidieron con un extenso gradiente térmico originado por una extensión importante hacia el sur del hielo polar al este de Groenlandia e Islandia y al sur del cabo Farewell. John Davis, el navegante inglés de la época isabelina, se propuso descubrir el casi mítico pasaje del noroeste, pero tanto en 1586 como en 1587 se topó con una capa de hielo que bloqueaba el mar que separa Islandia de Groenlandia. Es probable que un año más tarde la situación fuese la misma.

La última década del siglo XVI fue la más fría de todo ese siglo. Las malas cosechas obtenidas desde 1591hasta 1597 se iniciaron tres años después de la victoria triunfal de Inglaterra sobre la Armada Invencible. Un cronista observaba: “Todos se quejan de la escasez reinante”. En muchos condados ingleses se desataron protestas por la falta de alimento, en las que los pobres manifestaban su desacuerdo con el cercado de las tierras comunales para crear granjas más productivas y de mayor tamaño. Las ciudades padecieron más que el campo. En Barnstaple, Devon, un hombre llamado Philip Wyot escribió en 1596: “En todo el mes de mayo no ha habido ni un solo día ni una sola noche sin lluvia. [...] Llega poco cereal al mercado [así que] los agricultores no tienen dinero .Hay cereal, pero no lo traen al mercado, y lo poco que llega genera una desesperación y una ansiedad como jamás se había visto”. En ciudades como Penrith, en el noreste, la tasa de mortalidad a causa del hambre se multiplicó por cuatro.

Una de las mayores preocupaciones de los reyes ingleses de la dinastía Tudor, con sus más de tres millones de súbditos, era que faltara el cereal o que el pueblo pasase hambre. Durante el reinado de los Tudor, en Inglaterra existía una economía de subsistencia cuyos métodos y útiles de labranza casi no habían cambiado desde la Edad Media. El gobierno tenía motivos para preocuparse, pues el rendimiento de las cosechas era bastante pobre. En un suelo de gran calidad cabía esperar que a partir de dos fanegas de trigo se obtuvieran sólo entre ocho y diez en el momento de la cosecha. La producción era buena un 40 % de las veces, con secuencias de tres o cuatro años favorables seguidos de un ciclo de hasta cuatro malas cosechas, hasta que la mala situación se invertía. Por supuesto, el precio de los granos fluctuaba en consecuencia. La variación en el precio afectaba más a los pobres que a los ricos y provocaba desconfianza entre la población urbana, que iba en aumento respecto a la de los granjeros. Cuando la cosecha fallaba y el grano era escaso, crecía la sospecha de que los granjeros lo acaparaban. Los clérigos denunciaban a los acaparadores desde el púlpito con estas palabras del libro de los Proverbios: "El pueblo maldice a aquel que acapara el trigo”, pero sus palabras caían en saco roto. Inglaterra, como el resto de Europa, no disponía de una estructura adecuada para transportar el grano del campo a la ciudad o de una región a otra donde hubiera escasez. Incluso después de la última gran hambruna de 1623 sufrida en el sur de Inglaterra, el hambre siguió estando al acecho.

Del libro La Pequeña Edad del Hielo, de Brian Fagan.

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