sábado, 8 de febrero de 2025

Drill, baby, drill

 


Durante los últimos 20 años, las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) de origen fósil no han dejado de crecer. A principios de siglo, estas eran de aproximadamente 23.500 millones de toneladas métricas anuales. Desde entonces, estas emisiones no han dejado de aumentar, con las excepciones del año 2009, debido a la crisis económica, y del año 20122, debido al COVID. Las previsiones para 2024 apuntan a unas emisiones de 37.400 millones de toneladas, un aumento del 0,8% con respecto a 2023 y de 3.000 millones de toneladas si las comparamos con las de 2020. 


De estas emisiones, el 41% corresponden al uso del carbón, el 33% al del petróleo y el 21% al del gas. Por países, China emitió el 32%, los Estados Unidos el 13%, la India el 8% y la Unión Europea el 7%.


Como resultado, la concentración de CO2 en la atmósfera ha sido de 424 partes por millón (ppm) en 2024, frente a las 317 del año 1960. Esta concentración de CO2 y de otros gases de efecto invernadero es la responsable del calentamiento global, ya que impide el escape del calor fuera de la atmósfera. Desde la década de 1980, ha existido un constante aumento de las temperaturas globales. El año 2024 fue el año más cálido desde que existen registros y el primero en el que se superó el umbral de los 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales. El 3 y 4 de julio de dicho año, la Tierra alcanzó las temperaturas medias más elevadas desde que hay datos.


La temperatura global aumenta de forma alarmante y sus consecuencias ya empiezan a verse. Desde la Conferencia de Estocolmo (1972), pasando por la Cumbre de Río (1992), hasta la última  COP de Bakú (2024), se ha ido consolidando un discurso para hacernos creer que se está avanzando en la lucha contra el cambio climático. Nada más lejos de la realidad. La sustitución de las energías fósiles por las renovables está estancada. 


En estas, Donald Trump, el flamante presidente de los Estados Unidos, se presenta gritando «¡Drill, baby, drill!» («¡Perfora chico, perfora!») en el discurso de su investidura en el Capitolio, animando a las petroleras y gasistas a seguir explotando los recursos fósiles, lo que ha sido un golpe a la línea de flotación de la transición energética por más que la Comisión Europea quiera desdramatizarlo. Entre las 42 primeras directivas que firmó al día siguiente destacan las que afectan a la energía y al entorno: reactivación de las explotaciones de gas y petróleo en Alaska; moratoria a la construcción de nuevos parques eólicos marinos («estropean el paisaje y hieren a las ballenas», según el presidente); acabar con las subvenciones a las energías renovables y, por último, salir de los Acuerdos climáticos de la COP 21 de París.


Por el momento, la Unión Europea sigue con su política de descarbonización de la energía, con la transición energética hacia fuentes renovables. Dejando de un lado que esta política tiene muy pocas posibilidades de tener éxito, entre otras cosas, por la falta de materias primas para poderlo realizar (litio, tierras raras, cobre), observamos que cada vez hay mas partidarios en Europa de seguir la política de la actual administración americana. No sería nada extraño que estos partidos llegaran más pronto que tarde a controlar la política europea.


Nos encontramos frente a una emergencia climática excepcional producida por la actividad humana y, frente a ella, dos opciones, a cual peor: seguir perforando y aumentar cada vez más el cambio climático, con todas sus consecuencias, o intentar descarbonizar la producción de energía, como propone por el momento la Unión Europea, lo que es una misión prácticamente imposible. Si a esto añadimos que, según muchos expertos, la inteligencia artificial representará un aumento muy sustancial del consumo eléctrico mundial, parece claro que nos enfrentamos a un callejón sin salida.


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