jueves, 1 de marzo de 2012
¿Una nueva Guerra de los Treinta Años?
Del año 1618 al 1648, Europa estuvo sumergida en una serie de conflictos brutales conocidos como la Guerra de los Treinta Años, en la que perecieron unos ocho millones de personas. Se trataba, en parte, de un conflicto entre el sistema imperial de gobierno y el de los emergentes estados nación. La mayoría de los historiadores están de acuerdo que el sistema moderno de estados nación cristalizó al final de estos conflictos, en el Tratado de Westfalia, en el año 1648.
Nadie puede predecir el futuro, pero al menos podemos echar un vistazo a como será probablemente nuestro suministro de energía en el año 2042, dentro de treinta años. Esto es así porque por lo general se tarda unos treinta años antes de que se dejen sentir todas las consecuencias de la inversión y las decisiones políticas que tomamos hoy.
¿Qué podemos decir sobre el mundo de la energía en el año 2042? Es inevitable que las decisiones de hoy serán inducidas por dos acontecimientos importantes. Uno es que no habrá suficiente petróleo suficiente para hacer frente al aumento del 40 % de la demanda mundial de petróleo que pronostican los expertos. El segundo es que el cambio climático será tan evidente que los políticos no tendrán más remedio que tomar medidas drásticas contra el empleo en gran escala de combustibles fósiles, en particular petróleo y carbón.
Esto significa, entonces, que el mundo se verá obligado a sustituir a más del 60 % de su abastecimiento energético actual, muy pronto y muy rápidamente. Y esto conducirá inevitablemente a una guerra de la energía que se jugará en todo el mundo durante los próximos treinta años, con enormes consecuencias tanto para las naciones del mundo como para algunas de las empresas más poderosas del mundo, que no podrán sobrevivir a la hecatombe. Los ganadores determinarán cómo (y lo mal que) viviremos y trabajaremos dentro de treinta años, y se beneficiarán enormemente como consecuencia de ello. Los perdedores desaparecerán o serán desmembrados, tanto si se trata de estados como si se trata de empresas.
Aunque no podamos hacer prácticamente nada para evitar esta guerra de la energía, por lo menos podemos tratar posicionarnos en el lado ganador de esta nueva Guerra de los Treinta Años. Nadie puede saber, por supuesto, como será el nuevo Tratado de Westfalia que ponga fin a esta nueva guerra, ni quiénes serán los ganadores y quienes los perdedores. Durante los próximos 30 años, sin embargo, es indiscutible habrá mucha violencia y mucho sufrimiento. Tampoco nadie puede decir hoy cuál de las distintas formas de energía resultará dominante en 2042: gas natural, nuclear, eólica y solar, biocombustibles y algas, hidrógeno o nuevas energías desconocidas.
Si hubiera que apostar, quizá la mejor apuesta sería la de sistemas de energía descentralizados, que sean fáciles de hacer e instalar y que requieren niveles relativamente modestos de inversión inicial. Por analogía, pensemos en el ordenador portátil de 2011 en comparación con los ordenadores gigantes de las décadas de 1960 y 1970. Cuanto más cerca llegue un proveedor de energía al modelo de ordenador portátil, probablemente más éxito tendrá.
Desde esta perspectiva, los gigantescos reactores nucleares y las enormes plantas de carbón tienen, a largo plazo, menos probabilidades de prosperar, salvo en lugares como China, donde los gobiernos autoritarios todavía tendrán la última palabra. Mucho más prometedores, una vez que los avances técnicos necesarios lleguen, serán las fuentes renovables de energía y los biocombustibles avanzados, que se pueden producir en una escala más pequeña con menos inversión, por lo que se podrían integrar en la vida cotidiana, incluso a nivel de una comunidad o de un barrio.
Los países que avancen más rápidamente para adoptar estos o similares tipos de energía, y que sean capaces de disminuir la cantidad de energía que necesitan para mantener su economía, serán los que tendrán más posibilidades de estar en condiciones de llegar al año 2041 con sus economías boyantes. Las demás naciones van a pasarlo muy mal.
Huelga decir que no todo el mundo está de acuerdo en que la producción de petróleo (y mucho menos de carbón) sea incapaz de satisfacer la demanda futura, ni en que el cambio climático sea un desastre. Lo que está claro, sin embargo, es que el petróleo será cada vez más difícil de encontrar y más caro de explotar, pero es posible que también sea cierto que el clima se caliente lo suficiente para abrir nuevas y potencialmente enormes reservas de gas y petróleo en el Ártico. Algunas naciones ya se están preparando técnica, política y militarmente para tener acceso a estos yacimientos. Algunas compañías petroleras también, como ExxonMobil, con sus recientes acuerdos con la rusa Rosneff, propiedad del Kremlin.
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